Se me ocurre que podríamos juntar todos los relojes del
mundo y guardarlos en una habitación. Encerrarlos para que nunca puedan volver
a las repisas, a las muñecas, a las paredes. Dejar de medir el tiempo. Más que
por la propia sombra por supuesto.
Si lográramos esto, conseguiríamos dejar de estar apurados
por cosas que no valen la pena, dejaríamos de llegar tarde o temprano.
Simplemente llegaríamos. Podríamos tomarnos el tiempo que necesitemos para
hacer las cosas y no hacer las cosas que necesitamos en el tiempo que tenemos.
Porque al fin y al cabo el tiempo es lo único propio. Y es nuestro. Nadie
debería poder arrebatárnoslo. Es nuestro para invertirlo en lo que queremos, en
los que queremos. Para invertirlo, no para gastarlo en pos de algo que a veces
ni siquiera nos interesa de verdad.
Vuelvo sobre lo mismo, pero es cierto. Mi reloj de la cocina
no marca la hora, está quieto y me gusta así. No lo preciso. Y preferiría que
esté junto con todos los demás ocupando su sitio de encierro en una habitación.
(A veces pienso que mi forma de escribir es naif. Pero debe
ser porque desde siempre me tomo al mundo como a un cuento de hadas. Así soy.)