Desenvainamos las espadas, relucientes asoman a la lucha. No tardan en mancharse de sangre. Sangre todavía caliente, viva. Hundimos nuestras dagas en los cuerpos ajenos, destruyendo todo a nuestro paso. Clavamos las lanzas, derrochando fuerza. No usamos escudo. Eso, eso es el amor.
(…”con vos me iría ida y vuelta, al fin del mundo”). Sin dudarlo.
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